Breaking Dawn
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¿Donde habitan los angeles?

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Mensaje por Jess Rawlins Lun Sep 21, 2009 4:38 pm

¿Donde habitan los angeles? por Claudia Celis

Es un libro genial que muestra en una narracion hasta cierto punto pequeña todos los obstaculos que una persona se puede topar durante su vida y como se pueden saltar dichos obstaculos de una forma inteligente y como aprender de ellos, la verdad este libro me fasino, te pone a pensar y reflexionar sobre tu misma vida sobre lo que has hecho y dejado de hacer, se los recomiendo ampliamente, es un libro que se lee muy rapido, bueno espero que les guste y tambien espero sus comentarios

hasta la vista
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Mensaje por Renesmee Cullen Lun Sep 21, 2009 8:40 pm

Aww yo ya lo leí y me encantó!, de verdad es un libro hermoso, que te deja grandes enseñanzas, yo también se los recomiendo ampliamente, espero que de verdad tengan la oportunidad de leerlo.
Otro libro que también me gusta mucho y esta muy bonito es Atados a una estrella y es también de Claudia Celis, ese también se los recomiendo mucho.
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Mensaje por Erik Watanabe Miér Sep 23, 2009 2:42 pm

Jejejej yo no me lo he leido... sera que no tienen por casualidad un "vinculillo" de descarga de Rapidshare??? Very Happy Que viva la piratería!!! Recuerden... hay que apoyar el talento, compren libros legales...

Ojala me den el vinculo para leerlo.
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Mensaje por Jess Rawlins Miér Sep 23, 2009 6:15 pm

Mr Erik Watanabe lamento decirle que no tengo un link para descargarlo pero le prometo que lo buscare para que pueda leer este libro y Srta Rennesme yo no eh leido ese libro que dice pero lo buscare para despues comentarlos con usted
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Mensaje por Erik Watanabe Jue Sep 24, 2009 8:49 am

Hombre, hombre... excelente... por favor en cuanto tenga el vinculo... me lo hace saber para checar el libro..
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Mensaje por Jess Rawlins Jue Sep 24, 2009 10:07 am

Mmmm una disculpa Mr Erik no eh podido encontrar un vinculo para descargarlo pero deme un poco de tiempo y se lo transcribo para que lo pueda disfrutar
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Mensaje por Erik Watanabe Jue Sep 24, 2009 10:13 am

Claro, no hay problema, tomese su tiempo viejo... antes gracias...
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Mensaje por Jess Rawlins Jue Sep 24, 2009 10:29 am

ok, entonses trabajare en eso
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Mensaje por Jess Rawlins Sáb Sep 26, 2009 10:20 am

hola

Bueno aqui esta parte de lo prometido, primero voy a subir el indice de los capitulos y estare subiendo un capitulo por post, pero tenganme pasiencia me voy a tardar un poquito en subir todo el libro ya que esta de mas decir que lo estoy transcribiendo la obra completa.

saludos


Última edición por Jess Rawlins el Sáb Sep 26, 2009 10:25 am, editado 1 vez
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Mensaje por Jess Rawlins Sáb Sep 26, 2009 10:22 am

Donde habitan los Ángeles

Claudia Celis


Índice:

Después del entierro
Las vacaciones
El cuarto de Camila
El charco del ingenio
La nevería
Corte de pelo
Los Reyes Magos
Mi papa
Mi nueva casa; San Miguel
Anécdota de sobre mesa
La película
Mi primer trabajo
El valor de la intención
Afición literaria
Su hijo
Técnica para el insomnio
Don Pascual
Visita importante
Cirugía en familia
Mi tía Chabela
Cumpleaños
Mis primos
Judith
Moisés
Numero dos
Ramses
Primera consulta
Perro en observación
La rana
Prejuicios sociales
La petición de mano
Nuevos padres
Futuro medico
Alfonsina
Alejandra
Mi vida
Mi prima Caty
Malas noticias
Vuelo envidiable
Alpinistas
Extraña despedida
La ultima voluntad
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Mensaje por Jess Rawlins Sáb Sep 26, 2009 10:22 am

Después del Entierro

Mis pasos retumbaban en el corredor. Las casas vacías exageran los sonidos. Y más todavía las que extrañan a sus dueños. Las que están tristes. Las que están de luto. Me detengo. El silencio es tanto que se puede escuchar. La casa parece más grande. Enorme. ¿Será que la tristeza nos hace empequeñecer?... Tengo miedo. Necesito un abrazo de de mis tíos. Su consuelo. Su compañía. Su amor. Me siento como aquel niño indefenso y atolondrado que llego aquí de vacaciones hace dieciocho años, sin siquiera sospechar que esta ciudad se convertiría en su ciudad, esta casa en su casa y estos tíos abuelos en sus padres.
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Mensaje por Jess Rawlins Sáb Sep 26, 2009 10:23 am

Las Vacaciones

El tren comenzó a frenar… Habíamos llegado a San Miguel. Mi estomago se hizo nudo y las palmas de mis manos se empaparon. Recordé a mi mama despidiéndome en el pueblo: “Te portas bien, Panchito… Te lavas las manos antes de comer y no te olvides de los dientes… Se bueno con mi tía Chabela y. sobre todo, obedeces a mi tío Tacho…” ¡El tío Tacho de mi mama!... ¡Mio tío Tacho! Mi estomago se amarro en nudo ciego. Con toda seguridad, el nos iría a recibir.
Mire por la ventanilla. Ahí estaba]: altísimo, el pelo demasiado corto, casi a rape, y su eterna bata blanca. Miraba el tren con ansiedad, como con ganas de vernos, de que bajáramos ya. En cuanto aparecimos por la puerta del vagón, su mirada se volvió indiferente y hasta algo burlona. Al verme a mi, se transformo en la de un halcón que ha descubierto a su presa. Me puse detrás de mi prima Peque. Con su falda me seque el sudor de las manos y también unas gotas que escurrían por mis patillas. Ella me jalo cariñosamente del brazo y me dijo:

¬ saluda, Panchito.

Me arme de valor:

¬ ¿C-c-como l-l-le va, t-t-tío?

A todos los chicos nos saludo con fuertes jalones de pelo, y a la Peque, ala Nena y a Lola, que ya eran grandes, con ligeros apretones en los cachetes. Caminamos hacia el coche, donde nos estaba esperando Lino Pirnos, su chofer.
Lino Pirnos se llama en realidad Noe López. Su cambio de nombre se debió a que cuando mi tío fue presidente municipal de San Miguel, Noe lo acompañaba a todos los actos políticos, y como al final de estos ponían el disco del Himno Nacional, en cuanto Noe se sentía cansado o aburrido, se le acercaba y en secreto le pedía que ya se tocara el Himno para que pudieran irse, pero, con su muy particular forma de hablar, le decía:

¬Dotor, ¿Ya tocamos l’ino p’irnos?

Y Lino Pirnos se le quedo.

Un tiempo después me entere de que mi tío no sabía manejar.
Sorprendido por este descubrimiento, le pregunte:

¬ Tío, ¿por que no aprende?

El respondió enojado:

¬ ¿Y Lino en que trabajaría? ¿Cree que yo mismo le iba a arrebatar la chamba?... ¡Que mal me conoce, Panchito!

Llegando al coche, saludamos a Lino y tratamos de ganarnos el lugar unos a otros. Mi tío, con voz enérgica, nos indico:

¬ No cabemos todos de una vez. Haremos dos viajes.
¬ Que se vayan primero los chiquitos, ¿no le parece, tío?, dijo las Peque
¬ ¿Por qué los chiquitos? ¬ respondió enojado ¬. No, Peque, es pésimo sobreproteger a la gente. Lo dejaremos a la suerte…¡Lino, présteme una moneda!

Mi tío Tacho se hablaba de “usted” con todo el mundo, dolo se tuteaba con mi tía Chabela.

Voló el cobre: “¡Águila!”…”¡Sol!”…

A las tres grandes les toco irse en la primera tanda. La Peque le propuso quedarse con nosotros.. Pero el respondió con un no rotundo; entonces le sugirió que el mismo lo hiciera pero ni siquiera le contesto, solamente le echo una de sus duras miradas y ella se subió al coche muy seriecita.
Mi tío se asomo por la ventanilla y grito:

¬ ¡Adiós, niños! Se cuidan ¿eh? Si se les acerca un roba chicos pelean con uñas y dientes. ¡Pobre del que se deje robar!

Y el coche arranco.

Nos abrazamos a Chucho, que era el mayor del grupo (tenia doce años).

Estábamos muy asustados. Toda la gente que había en la estación tenia cara de roba chicos.

Caty me tenía el brazo marcado por los pellizcos. Pellizcaba siempre que estaba nerviosa (muy seguido, por cierto). Lucha se rascaba salvajemente, tenia surcos por todos lados. Los dientes de Martha sonaban como castañuelas. Los ojos de Agustín parecían salirse de sus orbitas. Lupita, siempre tan seriecita, hablaba con voz estridente y reía a carcajadas.

Chucho nos tranquilizaba diciéndonos que no perdiéramos las esperanzas, que confiáramos en nuestro tío: “Seguramente antes de que anochezca volverá por nosotros.” Eran las dos de la tarde.

Mis primos seguían con sus tics nerviosos y yo me estaba haciendo pipi.

De pronto, el coche de mi tío apareció junto a nosotros. Se bajo y nos dijo:

¬ ¡Suban, niños!

Al ver que no cabíamos todos atrás, agrego:

¬ Panchito y Caty se vienen con Lino y conmigo.

Caty se puso feliz pues no tendría que dejar mi pellizcado brazo, yo, disimuladamente, me cambie de lugar para que, al menos, siguiera con el otro.

Ya en el coche, le dije a mi tío en voz baja:

¬ tío, quiero hacer pipi.

¬ Muy bien, Panchito ¬ me contesto ¬, no hay problema, ¡Hágase en los pantalones!

¬ ¿Como, tío? ¬ Le pregunte asombrado.

¬ Mire, niño ¬ me explico ¬, si su necesidad es de tal magnitud que no pueda dominarla, ¡adelante!, ¡desahóguese!, nada mas no me vaya a apuntar a mi.

¬ ¡Ni a mi tampoco! ¬ grito Caty subiéndose casi a las piernas de Lino.

¬ Ahora ¬ continuo mi tío Tacho ¬, si tiene usted control sobre su cuerpo, en unos minutos mas estaremos en la casa y podrá satisfacer su necesidad fisiológica con toda corrección y comodidad.

Yo cruce fuertemente las piernas y descubrí, con agradable sorpresa, mi capacidad para dominar necesidades fisiológicas; prácticamente muy útil en la vida.
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Mensaje por Jess Rawlins Lun Oct 12, 2009 10:42 am


El Cuarto de Camila

Esta casa es muy antigua; tiene paredes de adobe, muy anchas, de las que guardan los ruidos y los sueltan cuando menos te lo esperas: “En los techos guarda voces de la gente ¬ decía mi tío Tacho ¬ y en las losetas del patio, las de la madre naturaleza.” Tiene también una fuente de cantera y arcos en los corredores. Antes tenía un perico, que era como parte misma de la construcción, y la adoración de mi tía Chabela. Se llamaba Rorro. En cuanto llegábamos a San Miguel, el Rorro se ponía a gritar: ¡mis niñoooos!, ¡mis amoreees!, imitando, según el, la voz de su dueña. Era un perico libre; la enorme jaula blanca no tenía puerta y entraba y salía a voluntad, al igual que a todas las habitaciones de la casa. Lo mismo lo encontrabas acurrucado en un sillón de la sala que en la tina del baño. Tía y perico cantaban a dúo: (ella): Corazón santo; (el): Tu reinaras; (ella): Tu nuestro encanto; (el): Siempre seraaaás… También cantaba, en la modalidad de solista, el Himno Nacional, Adiós mama Carlota, y rezaba La Magnifica. Mi tío Tacho decía que si hubiera un concurso de animales pesados el sacaría seguramente el primer lugar. Mi tía Chabela hacia cono que no lo oía, ella adoraba su perico y lo consentía muchísimo, igual que a nosotros. Por lo único que se enojaba, con él y con nosotros, era por que maltratáramos sus plantas:

¬ ¡Rorro, no deshojes los helechos!... ¡Niño, no cortes los duraznos verdes!

Un día mi tío Tacho me dio una espada de plástico:

¬ Ándele, Panchito, juegue ahí, diviértase un poco.

Yo comencé a luchar tímidamente contra los enemigos imaginarios… Poco a poco el acaloramiento de la batalla aumentó: una cabeza salió volando, después un brazo, luego otro…

¬ ¡Panchito! ¿Qué estas haciendo?

¡Era mi tía Chabela!

¬ ¡Mira nada más, niño! ¿Por qué destruyes mis plantas?

Las cabezas y los brazos se transformaron en helechos rotos y flores destrozadas. Le iba a decir que mi tío me había dado la espada, que él me había dicho que jugara ahí, pero el gesto de su cara me hizo enmudecer. Nunca antes se había enojado conmigo. Me dieron ganas de llorar.

¬ ¡Perdóname tía! ¬ fue lo único que dije.

No, Panchito, esto no lo podemos pasar por alto. Lo siento mucho, niño, pero te vas a quedar en el cuarto de Camila hasta la hora de la merienda ¬ me sentenció.

¡El cuarto de Camila! ¡Era lo peor que le podía pasar a cualquiera!

Ese cuarto nos daba miedo. Está en el fondo de la huerta. Del techo de pronto sale un sonido agudísimo, parecido a una sostenida nota musical. Mi tío Tacho nos decía que era la voz de Camila; una soprano italiana que, según él, vivió aquí, en la casa, hace más de un siglo y que, decepcionada por una pena de amor, se encerró a piedra y lodo en ese cuarto sin comer, sin beber, sin dormir, sólo cantando de día y de noche: “Cuore, cuore ingratoooo…” hasta que se consumió. Decía que nunca encontraron el cadáver, que solo hallaron el vestido, las joyas y la peineta, que, seguramente, sus cenizas habían volado y se habían alojado en las ranuras de los tabiques del techo, desde donde, tristemente, seguía entonando su canción desgarradora.

¬ Y así seguirá por los siglos de los siglos ¬ Nos decía en tono solemne. A nosotros se nos enchinaba el cuerpo.

Cuando mi tía no estaba, él nos llevaba hasta ahí y, haciendo voz de tenor, se ponía a gritar: “¡Camila, saaaálganos!” Nosotros nos horrorizábamos pero no decíamos nada. Era una prueba de valentía.
Con miedo y todo, me dirigí hacia allá. Sabía que merecía el castigo.
Entre muy temeroso, escuchando pasos tras de mí. Cerré la puerta. Sentí que alguien la jalaba por fuera. Temblando como gelatina, logré dar unos pasos y me senté en un rincón. Con todas mis fuerzas canté para mis adentros: “¡Camila, no me valla a saliiiir!”
La puerta comenzó a abrir… rechinaba horriblemente. Me enconché para protegerme. Se seguía abriendo… ¡Una cabeza asomó! Cerré los ojos esperando lo peor. Escuché una voz que, en medio de mi temor. Sonó como de ultratumba:

¬ ¿Qué le paso, Panchito?

Era mi tío Tacho. Me miraba entre compasivo y burlón. Me dio mucho coraje. Decidí no hablarle.

¬ ¿No me contesta? ¬ me preguntó.

Seguí callado.

¬ ¿Está enojado conmigo, niño? ¬ se acercó y se sentó frente a mí.

¬ Si, tío ¬ respondí al fin ¬ Por su culpa mi tía me castigó.

¬ ¿Por mi culpa? ¬ se sorprendió ¬ ¿Es culpa mía que usted haya jugado en el lugar que sabía prohibido?

¬ Pero usted me dijo que…

¬ Pero usted me dijo que… ¬ me interrumpió haciendo una voz chillona, dando a entender que era la mía, luego, ya con su voz, continuo ¬: Sabe bien que las plantas no son mías, sino de su tía. ¿Cómo acepta que alguien le asegure que puede disponer de lo ajeno? Si le hubiera ofrecido mi instrumental médico para que jugara, entonces la responsabilidad seria mía, pero si usted aceptó jugar con las plantas de su tía solo por que yo se lo sugerí, el responsable es usted y nadie más. Además, ¿Cómo se le ocurre hacer destrozos en una casa donde usted está solamente de visita?

Al ver mi compungida cara, de la bolsa de su bata extrajo una concha de pan y me la ofreció. Noté mordiscos en la capa azucarada y me explicó:

¬ Es pan labrado, Panchito, y, como yo mismo lo labré, es pan sagrado.

Yo acepté la concha sagrada, pues el miedo me había dejado un vació en el estómago.

¬ Cómasela rápido ¬ me dijo ¬, no se la vallan a arrebatar.

¬ ¿Cómo tío? ¬ pregunté sintiendo escalofríos.

Con una voz ronca, muy lenta, como un eco del más allá, me dijo:

¬ Recuerde que Camila murió de hambre…

Me metí en la boca la concha entera.

Como me estaba ahogando, él me acostó en sus piernas boca abajo, me golpeó en la espalda repetida y fuertemente, y me informó:

¬ Por ser usted mi sobrino, este tratamiento médico de desatragantamiento sólo le costará el módico precio de la mitad de lo que traiga usted en el bolsillo.
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